“¿De qué le sirve al empresario ganar todo el dinero del
mundo, si al final de sus días se queda sólo con el desprecio de la gente que
lo acompañó?... ” ABA
En la medida que avanzamos en la era del
conocimiento, las formas se van acomodando para dar lugar a la nueva
organización que representará a este nuevo hito histórico en la historia del
hombre.
Poco
a poco los incrédulos y los inmodestos van doblando sus duras cervices ante la
evidencia cada vez más diáfana, de que hay una nueva forma de hacer negocios, y
comienzan a buscar los caminos para ubicarse en la nueva realidad.
En
medio de todo esto, hay una premisa sustantiva que no puede soslayarse: la
productividad ha quedado atrás, para dar paso a la calidad, y ésta, poco a poco
va cediendo su lugar a la competitividad en las organizaciones.
En
las profundidades de las organizaciones de nuestros días, finalmente encontramos
un elemento vital, que gravita en torno a la competitividad y éste es: el
liderazgo.
Definitivamente,
poco podremos avanzar en la nueva empresa con subalternos, subordinados o
empleados que no están en el pulso del cliente; con seres cuya estructura
mental y anímica está diseñada para procesos de bostezo, y que están en la
organización para recibir, no para dar. Con elementos a los que hay que
resolverles problemas, que están atrapados en rutinas infinitas, en las que el
intelecto y el espíritu no tienen cabida, poco podremos hacer en la furiosa
carrera de la competitividad que plantea el mundo moderno.